El fascismo tiene
como características que principalmente es una ideología que exalta la idea de nación frente a la de individuo o clase; suprime la discrepancia política en beneficio de un partido único y los localismos en beneficio del centralismo; y propone como ideal la construcción
de una utópica sociedad perfecta, denominada cuerpo social, formado por cuerpos
intermedios y sus representantes
unificados por el gobierno central, y que este
designaba para representar a la sociedad, también inculcaba la obediencia de las masas (idealizadas como
protagonistas del régimen) para formar una sola entidad u órgano
socioespiritual indivisible.
El
fascismo utiliza hábilmente los nuevos medios
de comunicación y el carisma de un líder dictatorial en el que se concentra todo
el poder con el propósito de
conducir en unidad al denominado cuerpo social de la nación.
Se
caracteriza también por su método de análisis o estrategia de difusión de
juzgar a la gente no por su responsabilidad personal sino por la pertenencia a
un grupo. Aprovecha los sentimientos de
miedo y frustración colectiva para exacerbarlos mediante la violencia, la represión y la propaganda, y los desplaza contra un enemigo común, que
actúa de chivo expiatorio frente al que volcar toda
la agresividad de manera irreflexiva, logrando la unidad y adhesión (voluntaria
o por la fuerza) de la población. La manipulación del sistema educativo y un gran número de
mecanismos sociales, vician y desvirtúan la voluntad general y en consecuencia, en una
fuente principal de la legitimidad del caudillo.
El
fascismo es expansionista y militarista, utilizando los mecanismos
movilizadores del imperialismo que ya habían sido
experimentados por el nacionalismo del siglo XIX. De hecho, el fascismo es ante todo un nacionalismo
exacerbado que identifica tierra, pueblo y estado con el partido y su líder.
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